Estaba esperando una señal. Llegaron por montones, se refundieron, se fundieron, se confundieron y desaparecieron con tanta rapidez como las frases que no se dejan exponer. Los testigos eran pocos, y ellos también tuvieron dolor en su cuerpo. Alguno en la cabeza, otro en el corazón, otro en la lengua y algún otro, en el abdomen. Todo recordaba una situación de copas que hace tiempo no se daba. Apareció entonces ese sitio en medio de una frase incompleta y de nuevo, te encontré. Las desesperadas vueltas de esa absurda imagen ocultándose en mi cabeza, ignorando los parámetros normales del comportamiento. No eran los míos.
Me defiendo demasiado bien en el juego y disfrutas verlo. He obviado esos retazos de claridad por temor a que de nuevo esa avalancha de señales se aparezca. No tiene cabida tu fingida reacción a mis impulsos recogidos, ni tampoco ese intento ridículo por aparecerte en mi vida. Intentas hacer cosas que no te permito. Me miras, creyendo que ese gesto podría romper la silueta del mismo gesto que invoco en otros ojos, ojos de otro color, de inmensa profundidad. Quieres abrazarme con la devoción del tiempo detenido, convenciéndote de que respondería de igual forma cuando solamente me escurro entre la gente para evitar que te acerques. Me saludas con la prudencia de una banda marcial en pleno desfile, mientras rígido mi rostro sólo te refleja la dureza de mi espíritu. Anhelas una cercanía que no será tuya, una sonrisa que no te daré, una estabilidad que no tendrás por mi parte. No quieres entenderlo. Le soy fiel a alguien que lo intuye, que me intuye, que me conoce, que me conoció antes de conocerme, que quiero querer, que adoro escuchar, que anhelo tener conmigo, que ha de saberlo en el momento oportuno.
Cuando te hablé de mi realidad, tus manos temblaban. Tu mirada brillaba soportando inútilmente la mía por contados segundos, creyendo que esa fuerza ínfima podía deslumbrarme. Sé que sueno dura, lo sé bien. No es difícil deslumbrarme, pero es difícil hacer que me doblegue ante una mentira y es difícil que me mires y te concentres. Sé cómo funciona, aunque no lo había probado antes. Siento el pánico respirando cerca de ti, la emoción infantil de una posible aventura de caricias y entregas. Nada más. El niño jugando un juego que no sabe cómo jugar. Sería perfecto si hubiera inocencia, así te reclamo con mi silencio y mi ausencia esa grosera insistencia tuya. No soy el juguete y tú no eres el dueño. Intentas ser otra persona, y tu engaño torpe pasa por mi lado tocando apenas mi brazo. No soy una mujer esquiva, pero si vuelves a acercarte, tendrás que esquivarme a mí.
Me defiendo demasiado bien en el juego y disfrutas verlo. He obviado esos retazos de claridad por temor a que de nuevo esa avalancha de señales se aparezca. No tiene cabida tu fingida reacción a mis impulsos recogidos, ni tampoco ese intento ridículo por aparecerte en mi vida. Intentas hacer cosas que no te permito. Me miras, creyendo que ese gesto podría romper la silueta del mismo gesto que invoco en otros ojos, ojos de otro color, de inmensa profundidad. Quieres abrazarme con la devoción del tiempo detenido, convenciéndote de que respondería de igual forma cuando solamente me escurro entre la gente para evitar que te acerques. Me saludas con la prudencia de una banda marcial en pleno desfile, mientras rígido mi rostro sólo te refleja la dureza de mi espíritu. Anhelas una cercanía que no será tuya, una sonrisa que no te daré, una estabilidad que no tendrás por mi parte. No quieres entenderlo. Le soy fiel a alguien que lo intuye, que me intuye, que me conoce, que me conoció antes de conocerme, que quiero querer, que adoro escuchar, que anhelo tener conmigo, que ha de saberlo en el momento oportuno.
Cuando te hablé de mi realidad, tus manos temblaban. Tu mirada brillaba soportando inútilmente la mía por contados segundos, creyendo que esa fuerza ínfima podía deslumbrarme. Sé que sueno dura, lo sé bien. No es difícil deslumbrarme, pero es difícil hacer que me doblegue ante una mentira y es difícil que me mires y te concentres. Sé cómo funciona, aunque no lo había probado antes. Siento el pánico respirando cerca de ti, la emoción infantil de una posible aventura de caricias y entregas. Nada más. El niño jugando un juego que no sabe cómo jugar. Sería perfecto si hubiera inocencia, así te reclamo con mi silencio y mi ausencia esa grosera insistencia tuya. No soy el juguete y tú no eres el dueño. Intentas ser otra persona, y tu engaño torpe pasa por mi lado tocando apenas mi brazo. No soy una mujer esquiva, pero si vuelves a acercarte, tendrás que esquivarme a mí.
(Acompañamiento:
Placebo - Leeloo)
Placebo - Leeloo)
No comments:
Post a Comment