Hace poco te despediste. Con tu maleta de viaje llevabas mi alegría. Demasiado tarde miré la hora que aproximaba nuestra ineludible separación. Demasiado temprano me acostumbré a la idea de no verte nunca más. Disimulabas en silencio la tristeza que ninguno de los dos quería continuar guardando, para no hacerme daño, para herirte a ti mismo. Terminaste de pronunciar el adiós irracional que con su dardo certero procuraba cortarnos la respiración. Demasiado tarde la realidad llegó a mí y me ofreció la desesperación como acompañante.
La última lágrima de mis ojos la guardaste sonriente. Ella iba a estar contigo sin importar el tiempo, sería una huella indeleble del alma. Te dio fuerzas aunque estabas extrañándome desde mucho antes. Yo solamente miraba a través de tus gestos un sentimiento juguetón y pasivo.
Ahora sé muchas cosas. El poeta guarda en su mente los errores pretendiendo estar listo algún día, deseando estar preparado para afrontar sin titubear los caminos trazados por sus manos. Pensando y creyendo en la interpretación acertada de sus profundas alucinaciones. Bebiendo sin cesar el vino amargo dejado por la lluvia atorada en las cuevas de sus propios demonios.
Demasiado tarde me doy cuenta que no debí dejar que partieras, llevándote contigo mis miradas ausentes, ahora sé que no debí permitir que cerraras tus tristes ojos y te olvidaras de tu sierva.
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