Justo ahora, tengo un respiro, un tiempo sola. A mi lado, la imponente realidad, cubierta con el adorno de la tarde. Estoy cansada. Hasta los pensamientos parecen estar agotados. Contienen la mancha de la insatisfacción, los cristales de violáceos espantos, las vengalas de un tigre desnudo. Se figura transparente la silueta de sus labios, me acaricia el cuello su palabra venenosa y su fatalidad. En la lucha estática se congelan mis dedos, se sumerge el asesino del tiempo en la llama de su desprecio. Está concentrado. Canta. Se fija el segundo ser en ser más que sólo un segundo, se enfrasca torpemente en una discusión de vacíos improperios y resecos desalientos. Calificativos leves. Gime. Es conocedor de la infamia de su lujuria, de la irracionalidad de su lascivia. Desea otro instante. Ama el gesto de la bárbara prohibición, el ingrato rictus de un libre albedrío que ha perdido poro a poro su libertad. No engaña, ni hiere. Es uno, puro y semejante, constante en su incapacidad, loco por su ciencia. Al beber un trozo del segundo, sus pupilas se dilatan para mendigar la mentira de su letargo y fundirse con el impío rugir del evasivo sol. Las flores se sonrojan y resuena su latido. Finaliza. Todo. Renace de nuevo, y su ciclo vuelve a morir. La nota última de su incomprensión arremete contra su espíritu y lo tiñe de caoba y ocre. El masaje de su angustia maulla en la costura del vestido. Se descontrola, y de nuevo toma su respiro. El silencio, y la ataráxica.
(Acompañamiento:
Javiera Mena - Está en tus manos)
Javiera Mena - Está en tus manos)