Desde que llegué a Argentina, hace un poco más de 10 años, los días de celebración llegaban manchados con gotas de nostalgia que le imprimían un olor a tristeza. Muchas veces la melancolía se tomó una buena parte de esos momentos, no para arruinarlos, sino para extenderlos con un hilo invisible hacia aquellos que mi corazón extrañaba. Porque claro, ellos también sentían el dolor de la lejanía, y al igual que yo, nada más podían hacer.
Las sonrisas y las alegrías suelen tener dentro ese carácter mágico de llenar su alrededor con una sensación de esperanza que invade todos los rincones. La vida avanza, y en medio de esa aventura constante que nos desafía a no perder aquello que nos hace únicos, golpea. Nuestra existencia trae también momentos para prepararnos, para dotarnos de una fuerza incalculable que nos permita levantarnos de nuevo. Esa vida nos entrena. Constantemente.
Este año me trajo un dolor enorme, incalculable. Yo, tan fuerte, tan sólida, tan positiva, tan feliz, de repente estaba fracturada, vacía, rota. Claro, hubo momentos en los cuales mi historia intentó prepararme, pero ninguno siquiera parecido a arrinconarme en el centro de mi ser hasta asfixiarme. La invitación no era para levantarme y superarlo, sino para reinventarme y seguir latiendo a pesar de todo. A pesar de todo. Por encima de todo. Sentirse roto adentro no puede describirse. La sensación de supurar dolor constantemente por una herida que no se cierra es inenarrable. Y entonces, el silencio de la mano de la soledad empiezan a apoderarse de tus días. Te acompañan con su consuelo devastador e hipócrita cada minuto de tu existencia. Te acostumbras a sus visitas permanentes, como si fueran huéspedes no invitados que solamente desean criticar tu manera de sobrevivir. Aprendes a confiar de nuevo en ellos, porque claro, no te hacen mal del todo. Y todos los que nos amamos sentimos los mismos efectos de esta sentencia absurda. Y nos amamos en la distancia. Y lloramos juntos en la distancia. Y sufrimos la partida. Y el tiempo sigue.
La condena del duelo lo entinta todo con su color macabro. No es el negro, es el ausente. Mientras el alma sigue rota, pedazos de felicidad vuelven a florecer en su terreno. Trozos de sonrisa se develan por instantes, como luchando por traer la luz a ese paisaje inanimado. Y así, por momentos, la descubro dentro de mí. Su rostro y su alegría empiezan a volver de nuevo, atraídos por ese rumor angelical que empieza a brotar de adentro. Su olor regresa, para extinguir la impresión del vacío. Sus recuerdos cosen mis heridas, mientras mi voluntad las cicatrizan. Ella sigue, yo sigo, y ella vuelve a vivir. Me hago más resistente. Recupero parte de mi ser. Mi felicidad regresa, maltratada y deforme, por supuesto, pero es ella. Y llega un nuevo día para celebrar, gracias a ellos dos. Gracias a él que también la llora, la vive, la ama y la recuerda.
Aunque ya no importe qué tanta fuerza me queda, mami, hoy brindaré por ti.
Las sonrisas y las alegrías suelen tener dentro ese carácter mágico de llenar su alrededor con una sensación de esperanza que invade todos los rincones. La vida avanza, y en medio de esa aventura constante que nos desafía a no perder aquello que nos hace únicos, golpea. Nuestra existencia trae también momentos para prepararnos, para dotarnos de una fuerza incalculable que nos permita levantarnos de nuevo. Esa vida nos entrena. Constantemente.
Este año me trajo un dolor enorme, incalculable. Yo, tan fuerte, tan sólida, tan positiva, tan feliz, de repente estaba fracturada, vacía, rota. Claro, hubo momentos en los cuales mi historia intentó prepararme, pero ninguno siquiera parecido a arrinconarme en el centro de mi ser hasta asfixiarme. La invitación no era para levantarme y superarlo, sino para reinventarme y seguir latiendo a pesar de todo. A pesar de todo. Por encima de todo. Sentirse roto adentro no puede describirse. La sensación de supurar dolor constantemente por una herida que no se cierra es inenarrable. Y entonces, el silencio de la mano de la soledad empiezan a apoderarse de tus días. Te acompañan con su consuelo devastador e hipócrita cada minuto de tu existencia. Te acostumbras a sus visitas permanentes, como si fueran huéspedes no invitados que solamente desean criticar tu manera de sobrevivir. Aprendes a confiar de nuevo en ellos, porque claro, no te hacen mal del todo. Y todos los que nos amamos sentimos los mismos efectos de esta sentencia absurda. Y nos amamos en la distancia. Y lloramos juntos en la distancia. Y sufrimos la partida. Y el tiempo sigue.
La condena del duelo lo entinta todo con su color macabro. No es el negro, es el ausente. Mientras el alma sigue rota, pedazos de felicidad vuelven a florecer en su terreno. Trozos de sonrisa se develan por instantes, como luchando por traer la luz a ese paisaje inanimado. Y así, por momentos, la descubro dentro de mí. Su rostro y su alegría empiezan a volver de nuevo, atraídos por ese rumor angelical que empieza a brotar de adentro. Su olor regresa, para extinguir la impresión del vacío. Sus recuerdos cosen mis heridas, mientras mi voluntad las cicatrizan. Ella sigue, yo sigo, y ella vuelve a vivir. Me hago más resistente. Recupero parte de mi ser. Mi felicidad regresa, maltratada y deforme, por supuesto, pero es ella. Y llega un nuevo día para celebrar, gracias a ellos dos. Gracias a él que también la llora, la vive, la ama y la recuerda.
Aunque ya no importe qué tanta fuerza me queda, mami, hoy brindaré por ti.
(Acompañamiento:
Natalia Lafourcade - Hasta la raíz)
Sigo cruzando ríos, andando selvas, amando el sol
cada día sigo sacando espinas de lo profundo del corazón
en la noche sigo encendiendo sueños
para limpiar con el humo sagrado cada recuerdo
Cuando escriba tu nombre en la arena blanca con fondo azul
cuando miro el cielo en la forma cruel de una nube gris aparezcas tú
una tarde suba una alta loma, mire el pasado,
sabrás que no te he olvidado
Yo te llevo dentro, hasta la raíz
y, por más que crezca, vas a estar aquí
aunque yo me oculte tras la montaña
y encuentre un campo lleno de caña
no habrá manera, mi rayo de luna
que tú te vayas
Pienso que cada instante sobrevivido al caminar
y cada segundo de incertidumbre, cada momento de no saber
son la clave exacta de este tejido que ando cargando bajo la piel
así te protejo, aquí sigues dentro
Yo te llevo dentro, hasta la raíz
y, por más que crezca, vas a estar aquí
aunque yo me oculte tras la montaña
y encuentre un campo lleno de caña
no habrá manera, mi rayo de luna
que tú te vayas
cada día sigo sacando espinas de lo profundo del corazón
en la noche sigo encendiendo sueños
para limpiar con el humo sagrado cada recuerdo
Cuando escriba tu nombre en la arena blanca con fondo azul
cuando miro el cielo en la forma cruel de una nube gris aparezcas tú
una tarde suba una alta loma, mire el pasado,
sabrás que no te he olvidado
Yo te llevo dentro, hasta la raíz
y, por más que crezca, vas a estar aquí
aunque yo me oculte tras la montaña
y encuentre un campo lleno de caña
no habrá manera, mi rayo de luna
que tú te vayas
Pienso que cada instante sobrevivido al caminar
y cada segundo de incertidumbre, cada momento de no saber
son la clave exacta de este tejido que ando cargando bajo la piel
así te protejo, aquí sigues dentro
Yo te llevo dentro, hasta la raíz
y, por más que crezca, vas a estar aquí
aunque yo me oculte tras la montaña
y encuentre un campo lleno de caña
no habrá manera, mi rayo de luna
que tú te vayas
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