Saturday, December 25, 2004

Es sólo una confesión... la mía.

Es sólo una confesión... la mía.

¿Quién estableció la fecha de mi muerte? Era una pregunta simple. Justa y simple. Sin embargo, aunque yo conocía la respuesta no podía contestarla. Me miraba con sus ojos tristes y dolidos, tratando de descifrar en los míos la inaceptable realidad. Yo también lo miraba rodeado de esa magnética aura que me embelesaba. El aura hermosa de todos a quienes amaba. Era su confidente, su mejor amigo quien estaba a mi lado, aquel a quien la voz temblaba cuando quería pronunciar alguna palabra. En mis manos, escrita por ella estaba la sentencia desde tiempo atrás. ¿Cómo podía decirle a quien antes fuera su mejor amigo la feroz verdad? ¿Cómo podría explicarle que perdió el juego del ser ahora y ser siempre al conocerla? ¿Cómo podría decirle que la historia llegaría a su fin en el momento mismo en que se mostró tan débil?

¿Quién decidió cuando debía morir? Repitió su firme interrogante con la dulzura de un niño que juega con la lluvia y no le importa enfermar después de que ésta pase. Mantuve mi postura fría y le dije ¿acaso ya no lo recuerdas? Pero no respondió esta vez. Se mantuvo silencioso y pensativo, con las ya inexistentes manos escondidas entre su cuerpo de aire hundido en la habitación. En ellas quería mantener un recuerdo de su sublime existencia. Las miró contemplativo sin hallar el objeto diluido de su búsqueda ridícula. Ya sabía yo que en sus manos no encontraría el origen de la prudente hazaña. A pesar de todo, rogaba para que desistiera de buscar una explicación que era por sí misma inhumana y helaría su espíritu hasta el fin de todas las épocas.

¿Quién me arrancó la vida, si era tan… feliz? ¿Quizá no lo era? ¿Podrías ayudarme a recordar? No, le contesté. Al igual que todos has llegado, luego todos se van. Si no logras descubrirlo tú también te irás. Los segundos se agotaban y en su desesperación cometió el mismo error que tantos otros, incontables, tantos que salieron de aquí sin capturar el misterio. Se desesperó. No obstante él tenía una fuerza especial que lo amparaba y antes de agotar sus últimos momentos el carácter intrépido de esa fuerza cobró vida para que me preguntase: ¿Fue ella? y yo le indiqué con mi cúbica sonrisa que su juicio era cierto. Sentía que la súplica de la revelación había sido suficiente para decidir que había realizado bien mi trabajo. Su alma no soportó el pesado dolor que sostenía su historia y simplificando los tonos de su amarga agonía en el instante se esfumó. Ya revelando la respuesta mi trabajo terminó, sólo por un minuto porque en el mundo siguen ocurriendo estas cosas, siempre seguirán pasando. Y ella, la dama de la mirada de agua, su confidente, su mejor amiga, enviaría pronto algunos más.

Yo soy aquel que recibe en su casa las almas que buscan la expiación de sus pecados, aún desconociendo ellas mismas los efectos de su irreversible decisión. Yo soy el guardián de aquellos hombres que no tienen sueños, aquellos a quienes ustedes conocen como los suicidas.

Cuando el pasado se levante desde el fondo de mi tumba, quiero que hagas algo. Silver: llámame con tu seductora oscuridad de ángel, atrayente como la muerte.

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