Esos ojos que me enloquecieron
cuando una tarde me atreví
a mirarlos, hoy han callado y se han ido.
Antes, tomaron con sus pupilas
avellanas una parte de mí,
sin importar, se llevaron un
trozo latente de mi alma.
Las aves lloran por mi pérdida,
se acercan a mí pero
me sienten fría e inerte,
lloran mi pérdida.
Las olas del mar llegan
a la orilla de la playa
con una tristeza divina, sé
que aguardan por mí.
El profundo azul del cielo
me ve y comienza a
tornarse oscuro, se matiza
de soledad.
Asustada de mí, mi presencia
huye como fugándose
de un despiadado verdugo,
se aleja, me abandona.
Ya dejé de ser yo misma,
mis lágrimas se han secado
y no han dejado huella,
me da miedo,
pero al mirar el reflejo
en el espejo entiendo
que ya envejecí.
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