Ella tiene un dolor. Sus ojos, a pesar del maquillaje, no pueden ocultar el halo de tristeza que rodea su fracturada coraza. Ella quiere estar sola, con ella misma. Quiere desvanecerse, desaparecer, consumirse ante los labios de la nada. Esta vez el golpe fue un poco más certero, lo cual, por supuesto, lo hace más fuerte. O quizá ella piensa que es más fuerte porque al ser más reciente, su intensidad parece ser mayor. Claramente, ella ya no recuerda los golpes de hace tiempo, así que no hay forma de comparar. ¿De qué le serviría comparar? Eso no cambiaría nada, apenas si le permitiría seguir trazando una curva de heridas que inevitablemente se volverán cicatrices. Se ha deshecho en llanto, en uno silencioso, como los que invaden el ambiente cuando se está en un funeral. Se ha destrozado una parte de ella misma, pensando que usurpar el lugar que está ocupado ahora, podría desviar la atención de su dolor a uno diferente. A uno físico quizás. Se siente atrapada entre sistemas vivos y estáticos. No quiere volver a ese estado, pero se encuentra en una caída permanente, continua, inflexible. No quiere que el misterio de su agonía la asfixie más. Desde adentro, alguien llama. Es la voz de ella, que viene a verla de nuevo. Quiere torturarla. Hasta su conciencia está triste, no opone resistencia. En el instinto de las notas, ella se descubre descrita. Sucede que no le queda mucho más que afrontar la ruptura de su esquema. El beso, el último, sigue sin tener ese temido sabor a engaño. La belleza se quedó vacía, dejó de transmitir señales. Después de mí, permanecen sus palabras. Su gesto. La nada misma. El vacío. Ella, de la misma forma en la que siempre ha estado. Permanece.
(Acompañamiento:
Marillion - When I meet God)
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