Tuesday, December 13, 2005

Atavismo

Estoy inquieta, desconcentrada, expectante. Recordando eternidades desaparecidas en un lugar borroso. Cada minuto se propaga a través del sonido de una manecilla acusadora. Él camina protegido por esclavos vigilantes de indecisiones blanquecinas. No lo esconde la pureza ni lo envuelve la crueldad. Amante. En la oquedad de su superficie encontré dos historias sentidas. Hallé personajes ultrajados por su necesaria existencia. Lo agradezco. Vencí un muro de serpientes ceñidas a las tumbas de sus ancestros y miré el abismo. Su mano firme sintió una inconmovible que evitaba mostrar la vulnerabilidad en una fría estatua de agua.

El perfume de sus ojos se ha apoderado de mi alma. Me ha encapsulado con sus gestos en una fosa cavada por espesas capas de felicidad. Es una exultación aparente. En sus labios he detectado caminos solitarios que recorre su compañera de días inagotables. En una esquina de sus cejas estaba la desesperación exiliada de su mundo. Me preguntó: “¿morirá?” y no supe que responder.

Él no teme por su seguridad. Tal vez recrea el momento en el cual me acerqué e invadí el frágil territorio de espinas que lo cubría. Entonces sonríe sin ser visto. Evaporó mis lágrimas con sólo inclinar su rostro, como si fuera un ángel y cantara al mundo melodías escandalosas con cada suspiro. Gestos. Se ocultó rápidamente tras sus nervios, ensombrecidos quizá por la perfección de sus apreciaciones.

Millones de esqueletos se aferraban a su rastro y pretendían hundirlo en el lodo. Tomaban con sus anómalos huesos cada pedazo de piel que él mismo arrancaba de sus antebrazos para digerirla a través de susurros demenciales. La empleaban para evitar su admiración a la fría estatua de agua. Querían construir una escultura poderosa y cruel para atemorizar. El frío en sus ojos era la obra lapidaria de esos cirujanos perversos. Ellos no deseaban su comodidad, sino que anhelaban congelar sus sentimientos en bloques de metal para dividirlos antes de su muerte. Así han mantenido vivas las memorias invaluables de algunas negras armaduras antiguas. El escenario cayó y no supe qué contestar. Entonces dime: “¿morirás?”.

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