Nunca he tenido fronteras. He ido hasta donde he querido. Me enfrenté a mis creencias, a mi fe. He sido yo, y lo he dejado. Me he quedado sola, frente a los recuerdos letales que ennegrecieron mi vida. Ya no soy de papel, tengo un corazón.
La sensación de tus pestañas húmedas rozando con un parpadeo mi brazo, aún sigue evidente. El sabor del sol saturado de luz me aleja de la noche y de mi esencia macabra. Los caminos que trazamos no han sido nunca ciertos. No lo son porque deberíamos recorrerlos juntos, los dos. Tenías planeado cerrarlos para siempre. Era tu deber dejarme llena de conflictos y sin tiempo. De esta manera, estaría obligada a continuar levantándome todos los días de mi vida, pensando en mil cosas distintas, sumergida en mi fortuna. Creíste en la felicidad eterna del tiempo, sin contar con la rigidez de su naturaleza.
Estás aquí, leyendo conmigo mis versos, animándome a mantener la rutina de mi vida, recordándome lo fácil que parecía soportarlo.
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