Escuchaba su respiración entrecortada antes de arrojarlo al mar de mis delirios y me sentía llena. Sé que bebiendo té en el cuarto de ensayo meditaba acerca de su drama. Las paredes estaban llenas de gelatina ácida y por eso las tocaba con refinados sonidos.
Adormecida como estoy en este momento, podría encontrar su rastro en la nieve roja. ¡Escúchame niña de escamas antes de beber la tinta maldita de esa copa dorada! ¡Escucha mi plegaria silenciosa en mis ojos apagados! No ignores los pasajes vacíos que claman tu presencia en su gélido corazón. Sabes que su fuerza lo abandonó sin que nadie pudiera salvarlo. Por eso su sagrada armadura traspasó la tuya. Es la misma razón por la cual su mano fuerte y piadosa plasmó su sello en una mano glacial y cruda sin quemarse. Con espadas fúlgidas perforó tus pensamientos arcanos y dejó tormentos en tu confuso interior. Bajo su propio dolor erigió el sufrimiento para encerrarlo en una naturaleza leve, para definirlo con señales paranoicas. Recordando su extraña simpatía, intentas aún sonreír.
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